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En la entrada de una residencia para adultos mayores en Ñuñoa, un guardia revisa discretamente quién entra y quién sale. Saluda a las familias, conversa con las enfermeras y observa que todo esté en orden. Su rol va mucho más allá de vigilar una puerta: los guardias de seguridad en estos espacios se han convertido en figuras de confianza, cuidadores invisibles que aportan protección y también compañía a una de las poblaciones más vulnerables del país.

Un entorno que necesita cuidado especial

Las residencias de adultos mayores no son como cualquier otro edificio. En su interior conviven personas de edad avanzada, muchas de ellas con problemas de movilidad o salud, que requieren un ambiente seguro y tranquilo.

“Un descuido en el control de accesos puede significar riesgos para la integridad de los residentes. Aquí la seguridad tiene que ser preventiva y humana”, comenta ficticiamente Paula Lagos, directora de un hogar en Santiago.

La protección no solo apunta a evitar delitos externos, sino también a dar soporte frente a emergencias médicas o accidentes domésticos.

Funciones clave de los guardias de seguridad en residencias

El rol de los guardias de seguridad en estos recintos se caracteriza por un equilibrio entre firmeza y empatía:

  • Controlar accesos: verifican que solo familiares, profesionales y personal autorizado ingresen.

  • Resguardo físico: vigilan que no ocurran intrusiones, robos o intentos de estafa.

  • Apoyo en emergencias: actúan de inmediato en casos de caídas, incendios o evacuaciones.

  • Acompañamiento humano: muchas veces conversan y entregan tranquilidad a los adultos mayores.

En la práctica, son un puente entre la seguridad institucional y el bienestar emocional de los residentes.

Historias que reflejan su importancia

María, hija de una residente en La Florida, cuenta: “Una vez mi mamá se descompensó en la entrada. El guardia fue el primero en asistirla y llamó a la enfermera. Gracias a su reacción, todo quedó en un susto”.

Por otro lado, Manuel, guardia en un hogar de adultos mayores, señala: “Algunos abuelitos me esperan para conversar. A veces solo quieren que alguien les pregunte cómo están. Eso también es parte de nuestro trabajo”.

Estos testimonios muestran que la seguridad en estos lugares no es solo física, también emocional.

Seguridad con calidez humana

Si bien las residencias pueden contar con cámaras, alarmas y protocolos tecnológicos, nada sustituye el valor humano de un guardia. Detectar la angustia en el rostro de un residente, tranquilizar a una familia nerviosa o reaccionar con calma en una emergencia son cualidades que solo la presencia física puede ofrecer.

Conclusión

En las residencias de adultos mayores, los guardias de seguridad son más que vigilantes: son protectores y acompañantes silenciosos que resguardan la vida, la tranquilidad y la dignidad de quienes habitan allí.

Su trabajo no solo fortalece la confianza de las familias, también garantiza que cada adulto mayor viva en un entorno protegido y humano. Porque, al final, la seguridad es también un acto de cuidado y respeto.

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