En la madrugada, cuando las ciudades descansan y las luces en los hogares parecen silenciosas estrellas, en las centrales eléctricas el día nunca termina. Los generadores zumban, los transformadores vibran y, entre pasillos industriales, se desplazan en silencio los guardias de seguridad. Son figuras que rara vez llaman la atención, pero que sostienen, en gran medida, la normalidad de un país entero.
La energía que sostiene la vida cotidiana
El suministro eléctrico no se percibe hasta que falta. Un corte repentino basta para recordarnos la fragilidad de nuestras rutinas: hospitales en alerta, estaciones de metro paralizadas, familias enteras improvisando entre velas y linternas.
Alejandro Guzmán, ingeniero eléctrico con más de veinte años de experiencia, lo explica con calma: “Cuando una central se detiene, no solo hablamos de pérdidas millonarias. Hablamos de ciudades detenidas, de servicios básicos interrumpidos, de vidas que pueden quedar en riesgo”.
Por eso, la seguridad en estos recintos no es un detalle operativo, es un asunto estratégico. Y ahí entran en escena los guardias de seguridad, profesionales que trabajan bajo protocolos estrictos para evitar que un descuido se transforme en catástrofe.
La rutina que nunca es rutinaria
Aunque muchos imaginan que su labor consiste solo en vigilar entradas, lo cierto es que en una central eléctrica cada movimiento cuenta. Los guardias controlan accesos, supervisan salas de mando y recorren perímetros extensos, muchas veces aislados. No hay margen para la distracción: un ingreso indebido o un movimiento extraño puede significar un riesgo mayor.
Patricio, guardia con una década en faenas energéticas, recuerda una madrugada tensa: “Una chispa en un transformador activó las alarmas. Sabíamos que cualquier demora podía ser fatal. En segundos, aplicamos el protocolo y avisamos a la brigada interna. Esa noche comprobamos que la preparación salva más que los equipos”.
Amenazas invisibles, riesgos concretos
Aunque estén lejos de las ciudades, las centrales eléctricas no están exentas de amenazas. El robo de cobre y transformadores, por ejemplo, se ha vuelto un delito recurrente y de alto impacto económico. A esto se suman intentos de sabotaje, especialmente en periodos de agitación social.
En 2021, en una subestación del norte, un guardia detectó movimientos sospechosos a través de cámaras térmicas. Su alerta permitió frenar un intento de intrusión que, de haberse concretado, habría dejado a más de 30 mil hogares sin luz. Fue una victoria silenciosa, una de esas que nunca llegan a los titulares, pero que resguardan la tranquilidad de miles.
Tecnología y criterio humano: una dupla inseparable
Hoy, la vigilancia en centrales se apoya en cámaras de alta definición, sensores de movimiento, drones y accesos biométricos. Sin embargo, la tecnología por sí sola no basta.
Verónica Díaz, especialista en gestión de riesgos, lo resume con precisión: “Las máquinas detectan, pero los guardias interpretan. Pueden diferenciar entre un error del sistema y una amenaza real. Ese criterio humano sigue siendo insustituible”.
Guardias de seguridad: Protectores de lo invisible
Para la mayoría, encender una lámpara o cargar el celular es un acto automático. Detrás de ese gesto cotidiano hay un engranaje complejo que necesita funcionar sin interrupciones. Y en el centro de esa maquinaria, en turnos silenciosos y muchas veces invisibles, están los guardias de seguridad.
Ellos no custodian solo fierros y cables: protegen la continuidad de la vida moderna. Son guardianes de lo invisible, responsables de que hospitales sigan funcionando, que familias vivan con normalidad y que el país nunca se detenga.