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En una noche silenciosa en el centro de Santiago, un guardia recorre el perímetro de un edificio corporativo. Su trabajo parece rutinario: observar, vigilar, prevenir. Sin embargo, detrás de cada una de sus decisiones existe algo mucho más profundo que el simple cumplimiento de un turno: el respeto a los derechos humanos.
Hoy, la seguridad privada no solo enfrenta el desafío de proteger bienes y personas, sino también el de hacerlo con ética, proporcionalidad y humanidad.

La nueva mirada sobre la seguridad privada

Durante años, el trabajo de la seguridad privada fue visto como una tarea meramente operativa. Sin embargo, con el crecimiento del sector y su creciente interacción con la ciudadanía, surgió una pregunta inevitable: ¿Cómo garantizar que su labor se ejerza respetando la dignidad y los derechos de todos?

La respuesta no es sencilla, pero sí necesaria. En Chile, miles de guardias privados trabajan en condominios, hospitales, industrias y eventos masivos. Cada interacción con el público, cada control de acceso o procedimiento preventivo debe enmarcarse en un principio esencial: la seguridad no puede existir sin respeto por las personas.

El abogado Rodrigo Fuentes, especialista en derechos humanos, lo explica así:

“Un guardia que actúa con ética es aquel que entiende su poder, pero también sus límites. La fuerza no se usa para imponer, sino para proteger.”

Ética y profesionalismo: pilares del sector

La profesionalización de la seguridad privada ha sido clave para elevar los estándares de respeto y transparencia. Hoy, los guardias que trabajan en el país deben contar con acreditación OS10, otorgada por Carabineros de Chile, que no solo certifica sus competencias técnicas, sino también su formación en derechos fundamentales y manejo responsable de situaciones de riesgo.

Esa preparación incluye:

  • Procedimientos de control respetuosos y sin discriminación.
  • Comunicación efectiva y empática con el público.
  • Intervención proporcional ante incidentes.
  • Denuncia responsable en casos de vulneración o abuso.

La ética, en este contexto, no es un discurso teórico, sino una herramienta práctica que define cómo actuar frente a la tensión, la violencia o el conflicto.

Cuando proteger se confunde con vulnerar

A veces, los límites entre la seguridad y la vulneración son difusos. Un exceso de control, una revisión indebida o una reacción impulsiva pueden transformarse en un acto contrario a los derechos humanos.
Por eso, las empresas de seguridad privada han comenzado a establecer protocolos internos que priorizan la prevención y la mediación por sobre el uso de la fuerza.

Un ejemplo emblemático ocurrió en 2022, cuando una empresa de seguridad en la Región Metropolitana decidió implementar capacitaciones mensuales sobre trato digno y lenguaje inclusivo. El resultado fue inmediato: se redujeron las quejas de usuarios en un 40% y mejoró la percepción de seguridad entre los trabajadores y clientes.

El guardia Luis Araya, con más de quince años de experiencia, lo resume con sencillez:

“A veces, proteger también significa escuchar. Si uno trata a las personas con respeto, los conflictos bajan solos.”


Supervisión y transparencia: claves para la confianza pública

El fortalecimiento ético de la seguridad privada también depende del control institucional. El Ministerio del Interior y Carabineros fiscalizan las empresas y verifican que sus guardias cuenten con formación, acreditación y protocolos claros.
Asimismo, algunas compañías han implementado auditorías externas y mecanismos de denuncia anónima para evitar malas prácticas dentro de sus equipos.

Esta transparencia contribuye a un objetivo mayor: generar confianza. Porque un guardia no solo representa a su empresa, también encarna el principio de seguridad que la comunidad espera ver en acción.

Tecnología y derechos: el nuevo equilibrio

La digitalización del sector también ha traído nuevos dilemas éticos. Cámaras de vigilancia, control facial y sistemas de reconocimiento automatizado ayudan a prevenir delitos, pero también abren el debate sobre la privacidad.

Los expertos coinciden en que el uso de tecnología debe ser proporcional y con un propósito legítimo. No se trata de vigilar por vigilar, sino de usar la información para proteger.
El especialista en ética tecnológica Marcelo Ossa lo señala con claridad:

“El desafío de la seguridad moderna no es solo tener más cámaras, sino usarlas con responsabilidad. Cada dato capturado debe ser tratado como un bien sensible, no como un número más.”

Un nuevo paradigma: la seguridad con rostro humano

La sociedad ha cambiado, y con ella, la forma de entender la protección. Hoy, los guardias ya no son vistos solo como vigilantes, sino como parte activa de una red de cuidado social. Son los primeros en ofrecer ayuda durante emergencias, orientar al público en espacios masivos y, en muchos casos, mediar entre el conflicto y la calma.

La seguridad privada moderna se construye sobre tres pilares:

  1. Respeto a la dignidad humana.
  2. Transparencia en la actuación.
  3. Colaboración con las autoridades y la comunidad.

En ese equilibrio está su valor y legitimidad.


Conclusión: proteger sin vulnerar

Garantizar seguridad nunca debe implicar renunciar a la ética. En un país donde la confianza ciudadana es frágil, cada acción cuenta. Los profesionales de la seguridad privada que actúan con empatía, respeto y profesionalismo no solo protegen bienes, sino que fortalecen el tejido social.

Porque la verdadera seguridad no se mide solo en cámaras o protocolos, sino en la capacidad de cuidar sin dañar, de prevenir sin discriminar y de proteger con humanidad.

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